Elizabeth
García Lascuráin
Cuando le dijeron que tenía cáncer de mama, ella se puso feliz: era su boleto de salida
de la vida.
Ella tuvo un matrimonio desdichado con un marido violento y cinco hijas aterradas, pero
aún así podría haber luchado contra la enfermedad y no “perder” su historial médico y
todos sus análisis en un taxi. Cuando ocurrió este “descuido”, supe sin lugar a dudas
que ya no había nada que hacer: ella ya no quería vivir.
Vinieron una operación, quimio y radioterapias, Tamoxifeno, acupuntura e interminables
cuidados… Pero ella jamás asistió a un grupo de ayuda, pues se sentía feliz. Ningún
ruego pudo hacer que fuera a algún grupo o a terapia psicológica o tanatológica.
Su deterioro final fue veloz: primero le fallaron los pulmones y el corazón. Sus órganos
internos comenzaron a llenarse de líquido; piernas y brazos se hicieron anchos e
inservibles.
Cinco días antes de morir me dijo: “¿Por qué nacemos tan alegres y morimos tan
tristes?” Quise replicar, pero evidentemente ya no tenía importancia…
Como me dio una gripa muy fuerte, ya no pude ingresar a la Unidad de Terapia
Intensiva esa clínica, y recibí por teléfono la noticia de que mi mamá había muerto esa
tarde.
Este poderoso texto, provoca la reflexión de las decisiones que una mujer toma sobre su vida y la mirada de una jovencita sobre los sucesos al rededor de la enfermedad de cáncer de mama. Agradecemos mucho la valiosa colaboración de Elizabeth
García Lascuráin.
Muchas gracias por compartir tus sensibles letras, recibe abrazos
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