SILVIA ELENA MORA
Suena el teléfono, me pide que baje, cuando tenga tiempo, no es urgente, dice. Bajo apenas cuelgo. Está parada junto a la mesa de su comedor con un sobre grande amarillo. Me lo acerca para que revise la radiografía de tórax. No sé qué esperar… la conozco muy bien, es mi hermana, en muchos sentidos una versión semejante a mí. Podría apostar que encontraré cualquier rastro de preocupación o de alegría, y me desconcierta no poder leer en su cara lo que veré en la placa. Sé que hace un esfuerzo para que su rostro no me comunique nada.
Espero, como quien ha esperado por meses una carta con buenas
noticias, que sea como la de hace un par de meses, en la que celebramos que no
había manchas nuevas y algunas habían desaparecido. Aquel día me explicó que
nunca te dan de alta si eres un paciente con cáncer, que entras en remisión,
pero a mí sus palabras y esa placa me supieron a pastel de chocolate, a día de
fiesta, a fuegos artificiales que iluminan el cielo.
Tomo el acetato obscuro en el que resaltan blanquecinos, casi
transparentes los huesos del pecho, los hombros, su clavícula y parte de la
pelvis. Busco los detalles, no soy un médico, pero luego de algunos meses, entre
quimioterapias y radios, sé qué es lo que no
quiero encontrar. Intento descubrir, cual detective en busca de la mínima pista
que resuelva el misterio, lo que Gina no dice con palabras y quiere que vea por
mí misma.
Tengo un segundo con la radiografía en la mano, ni siquiera la he
visto bien frente a la luz, y veo tres, seis, diez, quizá más manchitas de un
sólido color blanco, como esferas en un lúgubre árbol de Navidad.
Están en sus hombros, por eso el dolor de brazos; y en el tórax, en la pelvis,
cerca del hígado… Eso explica los dolores, el cansancio…
Gina me observa, entiendo por qué quería que yo lo viera. Nos
miramos, quiero abrazarla, pero una cascada silenciosa se desborda por mis
ojos, y entonces ella también llora.
—¿Habrá otro tratamiento? ¿Cirugía? ¿Más quimios? —le pregunto,
aunque conozco la respuesta. Sé que se ha hecho todo lo posible y la enfermedad
ha avanzado tan rápido como una culebra que en la oscuridad deposita su veneno
por todo el cuerpo.
—El doctor dice que es un cáncer muy agresivo, tendría que haber
parado… Sólo queda orar…
Yo siempre he creído en milagros, y es esa nuestra única opción:
esperar un milagro.
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